mardi 1 mai 2012

El tabaquismo social: la influencia del ambiente en el hábito



Sin embargo, ¿basta esta serie de efectos placenteros y tranquilizantes por sí misma para llevar al fumador a consumir cotidianamente algo con un alto potencial de riesgo? ¿Qué es lo que hace que la gente fume? Muchos estudiosos sostienen que el principal factor que incita a las personas –sobre todo a los adolescentes y jóvenes adultos- a fumar, se encuentra en su ambiente social y económico. Los amigos, las personas que nos impresionan o a quienes buscamos impresionar, la gente que nos rodea en nuestra vida diaria; todos ellos condicionan lo que somos y queremos ser, y si queremos ser parte de un grupo de gente que fuma, es casi natural y lógico que aspiraremos a ser fumadores (y además aspiraremos mucho humo en el inter) buscando identificarnos con las personas con las que tratamos o bien obtener acercarnos a ellas de forma más amistosa y aceptable para ellos. Así, si, por ejemplo, mi jefe fuma y yo también, estaremos unidos por nuestro gusto al tabaco y será más fácil volverme su amigo, obtener un aumento o simplemente ganarme su respeto, y lo mismo pasa con un grupo de gente al que quiero pertenecer o la chica que me gusta: para muchos, se trata de un factor de identificación, ya sea con el grupo al que pertenecen, o con alguna figura que se pretende emular. En algunas partes del mundo se trata incluso de un factor cultural intrínseco debido a los siglos de historia y de tradición que tiene el uso de tabaco en tanto que práctica cultural ancestral en distintas sociedades. En efecto, y nos guste o no, el tabaco ha formado parte de la vida sociocultural de la humanidad durante siglos y su uso ha moldeado una parte muy importante de nuestra civilización moderna y su uso ha llegado hasta nosotros de generación en generación como práctica heredada, en ocasiones altamente refinada y pulida a lo largo del tiempo. Ante este hecho surge una pregunta interesante: ¿es posible cambiar por completo a la humanidad y sus valores?

Este hecho, independientemente de sus múltiples implicaciones, nos lleva a asumir que el tabaco no es sólo una cuestión de individuos, sino una práctica que se inserta en nosotros a partir de nuestro ambiente mismo: el lugar donde vivimos, crecemos, estudiamos y trabajamos, el círculo familiar que nos rodea, la publicidad y modelos de comportamiento que vemos a diario en las calles y en los medios nos condicionan de alguna manera para fumar o no hacerlo y definen la manera en que percibimos e interpretamos el acto de fumar. Conscientes de ello, muchas organizaciones de salud y grupos activistas han tratado en los últimos años de borrar las huellas culturales del humo en la sociedad a través de todo tipo de acciones e iniciativas que constituyen la base de las leyes antitabaco y programas educativos o de prevención sanitaria vigentes en la actualidad en una gran variedad de países, tales como el aumento significativo y gradual en el precio en los productos de tabaco, la limitación o prohibición expresa de su venta en ciertos lugares, la imposibilidad de anunciarlos en medios y varias otras destinadas a frenar en seco su uso, pero también –en cierta medida- modificar los valores culturales  que hemos heredado de generación en generación con tal de obtener una nueva sociedad libre de fumadores. ¿Es esto válido o factible? Nos interesa su opinión.

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