En pocas
palabras, podríamos definir el tabaquismo como el uso frecuente, creciente y
adictivo del tabaco por parte del fumador. Ahora, si bien no podemos decir que el
tabaquismo pueda considerarse como una enfermedad por sí mismo, sí es un factor
desencadenante y coadyuvante en el desarrollo y eventual agravamiento de una
gran variedad de padecimientos.
Aunque la
nicotina (principal agente activo del tabaco) es una sustancia psicoactiva altamente
adictiva, el tabaquismo considerado como condición de riesgo sanitario posee un
componente sociocultural muy importante, hasta hace muy poco tiempo justificado
y hasta favorecido socialmente, en la que los círculos familiares, laborales, sociales
e incluso caracterizador han tenido siempre una influencia decisiva en su
desarrollo y extensión. Podríamos decir
que se trata de una condición no tanto patológica sino sociológica que
desemboca con frecuencia en problemas de salud agravados y estados alterados de
ánimo que tienen altos costos económicos y sociales. Sin embargo, la adicción
al tabaco es mucho más que sólo física: la dependencia psicológica al mismo se
describe como el deseo compulsivo de fumar en situaciones que ocasionan
alegría, nerviosismo, tristeza, angustia o cualquier otra circunstancia de vida,
debido a que la persona piensa que el cigarro aliviará o por lo menos
disminuirá estas molestias. Esta situación sumada a la dependencia física por
la nicotina, hace que los intentos por dejar de fumar sean cada vez más
difíciles y frustrantes, lo que lleva a un incremento gradual en el consumo y
la creación de un círculo vicioso difícil de romper.
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